Bien es sabido que nos encontramos en medio de un proceso de industrialización del diseño, el cual ha pasado de ser “artesanal” con cierta libertad para crear, errar y evolucionar; a uno más “estándar” y enlatado donde lo que hay que hacer es sota, caballo y rey… y a poder ser rapidito… o mejor dicho, con agilidad.

El número de reuniones se ha TRIPLICADO desde 2016 (según el Work Trend Index); y no hace falta que nos lo digan… lo vivimos en primera persona.

Hoy os traemos una crítica sobre el trabajo y la relación entre su utilidad y su retribución económica.

En el texto de hoy trataremos la mala praxis dentro de las metodologías colaborativas; y el cómo dichas dinámicas se han aplicado con expectativas erróneas, bajo la promesa de ofrecer una ruta directa al corazón de las necesidades del usuario.

Hace escasos días, una reconocida arquitecta decía: “Pensamos que nuestro saber técnico define la experiencia de nuestros usuarios”.

Todos hemos escuchado hasta la saciedad lo de “poner al usuario en el centro” por medio de la “digitalización”.

Uno de los principales errores dentro del mundo de la estrategia es el no forjar una propuesta de valor unida a un servicio / producto.

Quién más o quién menos, sobre todo dentro del mundo profesional, se ha topado con la lapidaria frase de “sal de tu zona de confort”. Locución digna de taza de desayuno o de MBA a tope de power, ¿no me diréis que no?

Bien es sabido que a la hora de “vender” cualquier cosa, lo mejor es ponerle un nombre a la inglesa ya que por lo que sea, nos suena mejor. ¿Escuchamos una canción de los “Backstreet Boys feat Amy Winehouse”, o mejor a “Los Chicos del Callejón con Amelia Bodegas”? Decidan ustedes.